Advanced Level - Reading No. 2


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Leyenda de "El Dorado"

Antes de aterrizar en el aeropuerto El Dorado de Santafé de Bogotá se ven inmensos prados verdes cultivados y enormes llanuras utilizadas para la cría de bovinos. Este departamento colombiano, llamado Cundinamarca, es el corazón del país, y es el lugar de origen de la Leyenda del Dorado. Esta popular leyenda conocida a nivel mundial, sigue teniendo un carácter fantástico para miles de personas de todo el mundo, y ha sido tema y motivo de numerosos libros y expediciones a través de los siglos.

El mito de “El Dorado” empezó en la época de la conquista, alrededor del año 1530, en una región de la cadena montañosa de los Andes que actualmente hace parte de Colombia, donde el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada encontró por primera vez la cultura Muisca. El reino de los Muiscas era rico en recursos naturales como la sal en la zona de Zipaquirá y las esmeraldas en las localidades de Muzo y Somondoco. En la base de la economía estaba la agricultura: se cultivaban maíz, papas, tomates, fríjoles y frutas como el aguacate y la guayaba. Los Muiscas se dedicaban también a la artesanía, produciendo vasos de cerámica y valiosos tejidos, además de espléndidas creaciones de orfebrería.

A la llegada de los conquistadores españoles, en el reino Muisca había excesos de producción agrícola que eran entregados a los jefes del clan y a los jefes de las tribus en forma de tributo. Los jefes de las tribus se llamaban Caciques. Por encima de los jefes de las tribus estaban las dos máximas autoridades Muiscas: el Zipa y el Zaque. Los Muiscas también habían alcanzado un alto grado de desarrollo en el derecho; seguían reglas morales y leyes muy severas, en las que se castigaba el hurto, el homicidio y el adulterio.

La religión de los Muiscas era politeísta, o bien, adoraban varios Dioses que representaban las varias fuerzas de la naturaleza. El máximo sacerdote de los Muiscas se dedicaba a la adoración del Sol, y gran importancia tenía también el Cacique de Guatavita.

A su llegada a la meseta donde se encuentra la laguna de Guatavita, los extranjeros fueron acogidos amigablemente por los Muiscas, que les ofrecieron mujeres, alimentos, tejidos de algodón y simples joyas de oro. En ese momento Jiménez de Quesada se dio cuenta de que estaba en presencia de una civilización avanzada que hacía gran uso de joyas de oro, y se enteró del rito de “El Dorado”. Se decía que en la laguna de Guatavita situada a las afueras de la capital del Reino de Nueva Granada, que actualmente se conoce como Santafé de Bogotá, se llevaban a cabo ceremonias en noches de luna llena, en las que el Cacique se cubría completamente el cuerpo de miel de abejas y resina de árboles, para posteriormente ser cubierto con polvo de oro. Luego subía a una balsa y se internaba hasta el medio de la laguna donde hacía sacrificios y ofrendas de oro y esmeraldas, para luego bañarse en las aguas y dejar en ellas el oro en polvo que cubría su cuerpo. La ceremonia se realizaba con el fin de congraciarse con las divinidades y fertilizar la tierra.

Esta leyenda basada en un hecho cierto según se ha podido comprobar al estudiar las costumbres de los muiscas, fue divulgada por los conquistadores y se extendió por el norte de América, descendió al Perú, y de allí pasó, algunos años más tarde, al Río de la Plata; pero no tardó en asimilar nuevos y fabulosos elementos que la desvirtuaron totalmente. Al escuchar la descripción del rito de Guatavita, los conquistadores pensaron que si aquel Cacique podía permitirse tirar oro en el lago, debía ser enormemente rico y disponer de ciudades enteras pavimentadas en oro y llenas de piedras preciosas. Fue por esta razón, que la leyenda de “El Dorado”, también conocida como “El Hombre Dorado”, “El Indio Dorado”, o “El Rey Dorado”,  se transformó en el mito de una ciudad, de un reino y de un imperio dorado. En busca de este reino legendario, Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro partieron de Quito en 1541 hacia el Amazonas en una de las más fatídicas y famosas expediciones para encontrar El Dorado.

Cuando la historia del hombre dorado llegó a Europa, el Rey Felipe II ordenó y patrocinó varias expediciones para rescatar el tesoro de los muiscas, hasta el punto de ordenar el drenaje de la laguna. El éxito de las primeras expediciones, atrajo otros buscadores de oro que sin embargo no tuvieron los mismos resultados, por lo que las búsquedas fueron abandonadas a causa de los altos costos y las escasas riquezas que lograron encontrarse. Poco a poco los expedicionarios empezaron a agotarse. En 1911, se logró desaguar de manera parcial la laguna y se obtuvieron algunas piezas de cerámica y muy pocos artículos de oro, pero no la fabulosa ciudad pavimentada con el metal amarillo de la cual se fabulaba.

Las poblaciones muiscas y sus tesoros cayeron rápidamente en manos de los conquistadores. Al poco tiempo de su llegada, los Muiscas se dieron cuenta que éstos no se limitarían a recibir sólo uno que otro regalo, sino que pretendían conquistar el territorio entero para apoderarse de todo su oro. El Zipa Tisquesusa decidió que debía reaccionar a aquella invasión y reunió a miles de indígenas prontos a combatir. Hubo un enfrentamiento feroz. Los españoles, aunque eran inferiores en número, salieron victoriosos puesto que podían contar con sus espadas de hierro, arcabuces, ballestas y con la ventaja de los caballos, animales desconocidos en el Nuevo Mundo. Los Muiscas se sometieron y el Zipa Tisquesusa fue asesinado. Su sucesor fue también condenado a muerte.

El Zaque de Tunja, esperó a los invasores sentado en el trono, creyendo que, una vez cercanos, los aniquilaría con su mirada. Al darse cuenta de que su creencia no se cumplió, murió de tristeza y de frustración. Su heredero, fue injustamente decapitado por el hermano de Jiménez de Quesada, Hernán Pérez, que lo acusó de insubordinación. El despiadado Hernán Pérez de Quesada hizo matar a otros jefes indígenas. Todo el reino Muisca fue conquistado en unas pocas semanas.

Al hacer inventario de las nuevas tierras obtenidas, los españoles pronto se dieron cuenta de que —a pesar de las cantidades de oro en manos de los indios— no había ni ciudades doradas, ni minas ricas, puesto que los muiscas obtenían el oro a través del comercio con naciones vecinas. A pesar de la poca evidencia del gran tesoro de El Dorado, el mito continuó propagándose con vida propia por toda América y España.

Hoy en día los artículos de oro encontrados se encuentran en el centro de la capital colombiana, en el Museo del Oro. El gran mito de El Dorado, se puede apreciar en este recinto que presenta una impresionante colección que ha creado el  Banco de la República, desde 1939, en el que se puede visitar la Balsa Muisca, que representa el rito de El Dorado en una hermosa figurilla de oro y fue encontrada cerca a otra laguna en el departamento colombiano de Cundinamarca.

Existe otra leyenda acerca de “El Dorado” que involucra la cultura Inca. Ésta dice que cuando los incas se enteraron que Atahualpa su gobernante, había sido asesinado por los conquistadores, y a pesar de que continuaban llegando a Cajamarca cientos de indígenas cargados con oro y plata para pagar su rescate, uno de sus principales generales decidió esconder todo el oro de la ciudad. La leyenda no dice exactamente dónde se escondió el oro, pero muchas personas piensan que el oro se escondió en el fondo del lago Titicaca, o en algún lado en las montañas ecuatorianas. Desde el siglo XVIII se adelantaron expediciones para buscar el tesoro de los incas en la abrupta e inhóspita zona de la cordillera de los Andes conocida como "Llanganates" (que hace parte de una reserva natural), todas con resultados oficialmente inútiles y trágicos por la pérdida de vidas.

 


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